Los oídos le zumbaban mientras recorría el pasillo del hotel. Había dejado a aquel tipo en la
habitación con aspecto de gato magullado. Se podía ahorrar los
maullidos, siempre sería mejor eso que acabar con tierra en los
pulmones. El pasillo era largo, arrastraba los pies en pasos lentos y
descompensados mientras reflexionaba. Si es que se lo había
advertido: si te apoyas en mí, ambos caeremos. Y de qué manera se
habían estampado contra el suelo, de nada sirvió haber sido buena y
tener sus oraciones al día. Le recordaba a aquella novela pequeña
de Micah P. Hinson, que cuando escribe completa la P, o a Buffalo
66, pero sin chico guapo y sin botines rojos.