Todos creemos en muchas cosas más de las que pensamos, abrigamos intolerancias, cuidamos prevenciones sangrantes y, defendiendo nuestras ideas con medios extremos, recorremos el mundo como fortalezas ambulantes e irrefragables. Cada uno es para sí mismo un dogma supremo; ninguna teología protege a su dios como nosotros protegemos a nuestro yo; y este yo, si le asediamos con dudas y le ponemos en cuestión, no es más que por una falsa elegancia de nuestro orgullo: la causa está ganada de antemano.
¿Cómo escapar al absoluto de uno mismo? Habría que imaginar a un ser desprovisto de instintos, que no llevara ningún nombre y a quien fuese desconocida su propia imagen. Pero todo el mundo nos repite nuestros rasgos; y la misma noche nunca es tan espesa para impedir que nos miremos. Demasiado presentes a nosotros mismos, nuestra inexistencia antes del nacimiento y después de la muerte no influye sobre nosotros más que como idea y sólo unos pocos instantes; sentimos la fiebre de nuestra duración como una eternidad falsificada, pero que sin embargo permanece inagotable en su principio.
*E. M. Cioran.
jueves, 24 de marzo de 2011
Dogmas.
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1 comentario:
Me temo señor Ciorán
(filósofo del pesimismo)
que mi dogma y/o desmán
son tus ojos o el abismo.
Pdta: Obviamente me refiero a tus ojos, no a los de Ciorán
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