Cuando dejó de lamerse las heridas, el asesino de Dios me dio la mano. Yo le devolví fraternalmente la paz y el universo siguió gritando, pero un poco más bajo. En el piso de abajo se seguían escuchando conversaciones sobre deformidades labiales y sobre tortugas bobas devueltas al mar, en el mío Corcobado seguía contando caballitos de anís, cien mil o los que hagan falta, caballero, siento que desee morir precisamente esta noche, pero si quiere le acompaño al mar, no me lo diga dos veces.
*Versionando.
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