martes, 28 de julio de 2009

Monstruo rojo.

Muchas veces me he planteado salir del bucle. Del bucle sin sentido, sin comienzo y sin final, bucle constante que me enreda sin remedio. Pero no sé dónde está la salida y no recuerdo por dónde he entrado en él, no puedo orientarme en el laberinto curvilíneo, nunca se me ha dado bien, ni siquiera teniendo un mapa. Siempre he seguido al gran monstruo rojo, que abre el camino sin pararse a pensar si es el correcto, que a veces se mete entre zarzas que desgarran las capas de mi piel y que hacen que mi sangre brote, manchándome el vestido. A cambio, de vez en cuando, se mete en alguno de esos habitáculos acolchados de un blanco resplandeciente, donde puedo dar rienda suelta a mi locura sin hacerme demasiado daño. Puedo hacer lo que quiera mientras que no me quite la camisa de fuerza.
En alguna ocasión el monstruo rojo está muy enfermo y deja de funcionar. Entonces, camina cabizbajo por el laberinto, da pequeños pasos sin mirar al frente, con la mirada fija en el suelo resbaladizo y la sonrisa más torcida del mundo. Y yo le sigo triste, y acabo mirando también al maldito suelo, que me recuerda lo que he dejado atrás, lo que ya no tiene remedio, lo que me da escalofríos. Porque cuándo el monstruo se cristaliza me cuesta un mundo respirar y también me cristalizo, y me imagino que sabrán cuánto frío se pasa cuando uno está en esa situación. No hay calefacción ni prenda de lana que lo amortigüe.
En otras ocasiones nos cruzamos con otros monstruos rojos a veces grandes, mucho más grandes que el mío, y otras casi ni se les ve, hay una infinidad de tamaños. Cuando yo les veo antes, no hay problema, decido si presentárselos o no, y todo ocurre bajo mis normas, pero cuándo él es el primero en verles, ¡ay cuánto daño le acaban haciendo siempre!, a pesar de lo feliz que está durante un tiempo. Y cuando a él le dañan el resto de mis órganos parece que no reaccionan y me convierto en una especie de maniquí que responde a estímulos externos.
A pesar de todas las aventuras que hemos vivido juntos, la mayoría del tiempo sigo queriendo salir de aquí, o al menos buscarme otro guía más reflexivo, pero no soy capaz de deshacerme de éste. Y eso que he encontrado un par de pistas sobre cómo abandonar el bucle, pero no me agradan las consecuencias que acarrea. De hecho, en un momento de despiste de mi guía autoimpuesto conseguí agarrar un cuchillo que descansaba en el suelo y pensé fríamente en atacarle por la espalda, en aprovechar algún momento de ensimismamiento, ya que el monstruo rojo suele quedarse abstraído en múltiples ocasiones, y clavárselo un par de veces, por si la primera no es del todo certera. Pero he desechado la idea porque al fin y al cabo, un corazón con fugas solo puede durar unos segundos. Y no sería capaz de disfrutar de mi victoria mientras que pierdo tanta sangre.

1 comentario:

Clara dijo...

Dios mío, en serio, me ha encantando. Ese final...

Por favor, sigue escribiendo

Y gracias por pasarte.