lunes, 28 de marzo de 2011

Con piel de cordero.

Hubo un tiempo en el que un lobo solía rondar a mi alrededor cuando paseaba desprevenida. Cuando le dejaba acercarse me lamía las costillas y me observaba con mirada obscena. Su saliva era densa pero yo me dejaba hacer porque no quería que me hincara el diente, casi nunca llegó a hacerme sangrar. Le solía entretener contándole historias mientras que él seguía con sus fetiches de lobo. Al final solía fijar su vista en algún cordero de verdad, de los que tienen pestañas largas y parecen lavados con perlán y se iba en su busca para aprovechar la cerilla que había prendido entre costilla y costilla. Él era consciente que yo de cordero solo tenía la piel que me cubría y que debajo de ella había un ser de su misma condición, con la sangre igual de espesa. Y eso no hay lobo que lo soporte más de media hora.

* Esto suena.